Microcuentos.
Escribir 3 microcuentos a partir de otro de los sueños que anotaron: elijan una imagen potente o significativa del sueño, contar un microcuento que desarrolle la misma, desde un narrador interno o en primera persona. Elegir un objeto que aparezca en el sueño y escribir otro microcuento en el que ese objeto haya desaparecido o desaparezca misteriosamente. Buscar qué sensación le produce el sueño y escribir un microcuento en el que el personaje protagonista entre en un lugar nuevo y experimente esa misma sensación a partir de lo que ve. Extensión de los microcuentos: no más de 15 líneas.
Cuento uno.
Siempre me fascinó la idea de la continuidad: seguir una línea invisible que, sin garantía ni certeza, promete llevarnos a un lugar. Un destino difuso al que aspiramos llegar, sostenidos por la voluntad de esperar y continuar en nombre de la fe en el mundo que habitamos. Esperar que, en algún momento, ese lugar se revele, y el sentido que ansiamos llegue.
Como el espiral, avanzamos en círculos que se achican en menor o mayor medida, que recorren paisajes casi iguales pero siempre distintos, que transfiguran nuestro mundo de recuerdos y nunca se ven igual. No es lo mismo la segunda que la cuarta ronda del espiral. No son lo mismo los veinte años que los setenta. Espacios que evocan lo ya transitado, aunque nuestra mirada haya cambiado. Nos alejamos del punto de partida, lo atravesamos una y otra vez viéndolo cada vez de mas lejos. Mientras tanto, nos acercamos a algo que parece tener sentido: un punto congruente donde la distancia es máxima, y desde ahí, todo el camino recorrido adquiere coherencia. Como si desde una omnipresencia se pudiera, por fin, abarcar el todo.
Mi vocación no es la de un filosofo. Describo mi realidad y mi deseo. Realidad encadenada a la actividad alienada de mi constante hacer artístico. Mi tediosa tarea interminable, el peso que elijo cargar, clavado en mi columna como si la vida misma lo hubiera tallado ahí. Equipaje tortuoso, pero también fuente de toda mi satisfacción.
Estoy sentado en el desastre de mi habitación perfectamente orquestado en virtud de mi anárquico arte, frente a la pintura mojada plasmada en el lienzo. Deseo, algún día, poder decir que la obra está terminada. Que su coherencia es total. Que "se ha llegado". Pero por ahora, todo es infinito y continuable.
¿Llegará el centro de mi espiral?
Cuento dos.
Nunca nada se termina y nada es total ni seguro. No se llega nunca a ningún sitio porque el sitio está en la mente de uno. Se llega cuando la rueda giratoria del juego en nuestra mente -esa que nos indica que podemos seguir participando- se queda sin instrucciones para continuar.
La ruleta de mi mente está averiada y no encuentra más fin que las pequeñas frustraciones de saber que la satisfacción no llegará, porque siempre deseó más.
Así, la pintura se expandió infinitamente. Siguiendo una línea que se asomaba en la punta del lienzo -que irritando mi mente pedía ser desarrollada- la continué por fuera de él. Los colores pedían ser asociados con otros, como cadenas de todo sentido, que terminaron deslizándose por debajo de mi escritorio y mancharon mi pared. Los seguí sobre mi cama y mi puerta.
La esquina de mi habitación, en su junta, era como un libro a medio plegar que solicitaba ser coloreado, y allí nació -de tonos azulados en sus sombras y amarillentos en sus luces- un maravilloso árbol cuya copa colmó todo mi techo contrastando en el tono blanco del que estaba pintado. El centro parecía más cerca, pero se alejaba cada vez más. ¿Estaría dentro de mi habitación?
Pronto perdí de vista el lienzo: ya no se encontraba por ningún sitio. Pequeño artificio desparecido. Objeto-limite entre mi entorno real y los pequeños placeres que podía solventar imaginativamente en su pequeñez de 60x80cm, ya no se encontraba. Sus tonos contrastantes se habían desdibujado en la realidad de mi cuarto. Ya más pintura que realidad, la sumersión era absoluta.
Cuento tres.
Creo que ya nunca encontraré el centro, ni dentro ni fuera. Hace una semana me encuentro preso de la blancura y luminosidad cegadora del pequeño mundo encarcelado que me rodea.
No sé muy bien qué sucedió, porque un día simplemente la conciencia me abandonó, y en el mareo que fundió todos los colores de mi confundida visión, como por arte de magia se esclarecieron en la falta total de ellos. Un despertar lleno de sobriedad y claridad aburrida.
Creo que llevo una semana en este estado, sintiendo ese cosquilleo que se siente en las piernas cuando se está mucho tiempo sentado y se quiere moverlas como dé lugar. Así, pero en mis manos, en los dedos, en las yemas de estos. No puedo verlos porque me tocan la parte baja de la espalda. A veces me rasco un poco allí porque tal vez sea la única actividad ahora que me permita algo de confort y deleite corporal.
Ha desaparecido todo mi trayecto, lo lejano y lo cercano. Ahora sí que no puedo decir “llegué”. Nunca se llega. Solo es empujar la piedra sobre la empinada colina.
La sumersión está en la normatividad que desmitifica todo mi quehacer. Perdido en esta realidad -ahora no colorida y ficticia, sino cruda y sobriamente real.
En paredes acolchonadas no se puede bocetar. –Eso le dije a una de aquellas damas, cuyos ojos espiaban por el hueco rectangular en medio de la clara puerta cercana, mientras dejaba un plato de comida en el piso.
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