Reflejos Subterraneos - Consigna sueños
CONSIGNA SUEÑOS: * Leer los cuentos de la Antología del cuento fantástico de Borges, Bioy y Silvina Ocampo. *Anotar tres sueños (propios o ajenos). A partir de uno de ellos, escribir un cuento breve (puede ser de tipo fantástico), que incluya algún elemento extraño (una aparición o fantasma, una paradoja temporal, una sombra siniestra, un objeto misterioso, etc). Pueden agregar, sacar y cambiar todo lo que necesiten del sueño. Es solo un punto de partida. RESTRICCION: Queda absolutamente prohibido terminar el cuento con la revelación de que se despertó y había sido todo un sueño...
Reflejos Subterráneos
Recuerdo que ese martes me levanté temprano para ir a la facultad, como todos los días. Tal vez difería de lo habitual que comenzaba a ser invierno, y sentía un poco más de frío que otros días.
La mañana transcurría con normalidad. Saludé a mi perro, que como siempre se encontraba echado en el sillón, abultado entre los almohadones, y me dirigí a la cocina para hacerme un café negro. Claramente, una costumbre sagrada de quien necesita encarar un día un tanto pesado. No recuerdo muy bien lo que ocurrió en el intervalo entre mi necesario ritual matutino y acabar sentada en el tren, camino a Constitución, pero mi siguiente imagen mental se redirige ahí.
Recuerdo estar sentada en uno de esos asientos tan incómodos -me pregunto si es tan difícil hacer que sean al menos un poco más confortables- y estar pendiente de la pantalla para calcular los minutos restantes antes de que llegara el tren que dijera “Plaza Constitución”. Calculaba si el tiempo me daba para sacar un cigarrillo de la cartera y, por qué no, tomar un poco del café que llevo guardado en el morral.
Igualmente, como es de esperarse por una cuestión casi mística, apenas apoyo el cigarro en mi labio, parece que el universo triangula todo tipo de variables para hacer que, en menos de un minuto, ese tren esté volándome el pelo suelto frente a la cara.
Creo que, en parte, lo que sucede posteriormente constituye una verdadera coreografía urbana. Me paro e intento que, por algún tipo de revelación interna, mi inconsciente me indique posicionarme justo frente a una de las puertas. La gente, de manera desesperada -por lo menos quienes esperan- ven cómo apenas algunos logran bajar del tren y cómo nosotros (muchos) peleamos y nos codeamos para entrar, mientras varios desafortunados ven el tren llenarse y su oportunidad de llegar a tiempo a sus trabajos o lugares de estudio desvanecerse.
Después de un par de estaciones de tren asumiendo que tendré que sujetarme fuerte de algún hueco en el que consiga adentrar mis dedos para sostenerme y así no caer, sucede un verdadero milagro: consigo un asiento del lado del pasillo del tren. La secuencia termina. Miro para todos lados y veo a una niña parada en medio del abultamiento de gente. Tenía el pelo negro un poco opaco pegoteado sobre la cara, y la cabeza gacha, como acompañando la dirección de la mirada. Cuando apenas pude gesticular una expresión de amabilidad y abrir los labios para ofrecerle el asiento, en un abrir y cerrar de ojos su figura pareció desaparecer. En su momento simplemente pensé que seguramente se había perdido entre el tumulto de gente -además, era una niña bajita- y mis reflejos, producto de días de sueño acumulados, tampoco ayudaban.
Pasaron los días y comencé a ver cómo esta secuencia se repetía una y otra vez. Al principio seguí con mi teoría de que se trataba de un problema propio. Especialmente porque parecía que nadie advertía de su existencia. Había una niña sola, pálida y nadie siquiera la miraba. Llegué hasta a dudar de mi propia salubridad mental. ¿Estaré imaginando cosas? Consideré hasta hacer rituales del sueño, ya que supuse que simplemente me estaba volviendo loca del cansancio, o simplemente necesitaba una siesta. Investigué un poco sobre la historia del tren, los años que llevaba funcionando, historias de accidentes, muertes, milagros. Sobre estaciones: Avellaneda, Lanús, Remedios de Escalada. Pude leer entre algunas páginas el caso de una mujer que había fallecido a causa de un accidente hace unos años junto a una pariente suya, así como también otros casos de suicidios y situaciones trágicas.
Poco a poco, la dinámica con la niña se integró a mi coreografía semanal, y cada vez innovaba más en cómo presentarse y dónde. Una vez simplemente apareció sentada al lado mío. Miraba por la ventana. Diría que, si no fuera porque la situación me parecía aún un tanto intolerable, me daría un poco de ternura. Otras veces simplemente se aparecía como un reflejo en las sucias ventanas cuando pasábamos por Gerli. En otras ocasiones también en Lanus. Siempre me miraba con los ojos abiertos. Tenía unos ojos grandes y profundos.
Un día tomé el tren y me dirigí hacia el subte. Cuando este se acercaba rápidamente, mientras me volaba de costado el pantalón, la vi reflejada en una de sus ventanas. Decidí acercarme al reflejo. Hice el esfuerzo de no parecer una desquiciada hablándole a una ventana del transporte, pero ahí estaba, haciéndolo.
—¿Estás sola?
La niña levantó la cabeza lentamente. Me miró con esos ojos huecos y me sonrió apenas, con los labios secos.
—Estoy buscando a mi mamá.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Al día siguiente, el vendedor de biromes y remarcadores me miró distinto. Se acercó, con la voz entrecortada:
—No deberías haberle hablado a la niña.
No contesté, no estaba tampoco segura de poder hacerlo, porque ahora, cada vez que pasaba frente a una ventanilla oscura, ya no veía solo su reflejo.
Veía a la niña.
Sonriendo.
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